Detrás de cada violín, de cada primer violín de la orquesta, suele haber una persona que orienta para que esas notas salgan con una tonalidad y un brillo que consigan que asomen lágrimas de emoción en los ojos del público que asiste, conmovido, al concierto.
De tus manos, con tus pequeños dedos, fuiste arrancando tus primeras notas de ese lápiz de madera que alguien puso en el camino.
Esa madera con la que empezaste tus primeras notas ¿se ha convertido en un violín con el paso de tus años?
¿Vibran tus cuerdas con tus giros de muñeca? ¿Qué queda de esas notas, de esas caligrafías que hacías, con esa madera que empezaba a pulir tu vida?
Te invitamos a que cuentes si tu lápiz de madera se convirtió en un violín.
Esta ha sido la propuesta que hemos iniciado para el Día del Libro y que te traemos, ahora, porque los libros son los que van haciendo que esas maderas se conviertan en violines y nos acompañan en 365 días... año tras año.
Aquí, podrás leer todas las propuestas que ya hay recogidas pero te dejamos con un comienzo de @JLBracamonte
Un humilde lapicero
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De entre
todos los útiles de escritura, a mi me tocó ser un lapicero, lo que viene a ser
como nacer mulo en el mundo de los equinos, hilota en Esparta, o paria en la
India. De haber podido elegir, me hubiese gustado ser el lápiz de un ingeniero,
o de un arquitecto, siempre bien tratados, con las puntas afiladas como
estiletes y con corazón de grafito de primera calidad y buena madera de cedro
libanés, siempre cuidadosamente tratados bien residieran en la penumbra de un
despacho o en la luz de artificio de un estudio de arquitectura, porque dentro
del mundo de los lápices, existen sus categorías.
Los hay que van vestidos con
una hermosa camisa estampada, otros van de rayas amarillas y negras y llevan su
marca estampada. Incluso, se los clasifica con un número según la dureza de su
mina de grafito. Pero esto sólo ocurre con los lápices de alcurnia.
Podía
haberme caído en suerte ser el lápiz de un dibujante, para salir al campo en
primavera y que mi trazo permaneciera en el bloc de dibujo muchos años después
de mi desaparición. O lápiz de carpintero, como mis primos. Son robustos,
inacabables y apenas dan un palo al agua: una marca por aquí, una señal por
allá, menuda vida. Es cierto que tienen cierta tendencia a perderse pero son
lapiceros que salen al exterior y están acostumbrados a ver mundo. Viajan a
lomos de la oreja de su dueño y son fuertes, pero a la vez elegantes con su
librea de color rojo...
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