“Educar no consiste en llenar un vaso
vacío, sino en encender un fuego latente”
Lao Tsé
Ser maestro (o profesor, o
docente, lo que ustedes deseen, aunque a mi me gusta maestro. Es más redondo y clarificador) es la profesión más importante y más bonita del
mundo. Ser alumno puede ser la actividad más aburrida y la más desesperante. Al menos 16 años sentado, atendiendo,
escribiendo, haciendo actividades y aprendiendo contenidos a los que no se les ve
sentido. Y siendo un número (o peor, siendo clasificado por unos números), un
apellido o, como mucho, un nombre entre cientos o miles. Alumnos anónimos o
marcados a fuego por algún incidente aislado señalado como definitivo o por una
situación familiar que se viene encima sin poder evitarlo.
Porque en la Escuela y la
Educación industrial que sigue existiendo en la actualidad no hay lugar para
las emociones. Hay muchas excusas: ratio elevada, demasiadas horas de clase,
poco tiempo para atender, el currículo, los libros de texto, las programaciones…Intentamos
llenar vasos que creemos vacíos y no nos damos cuenta de que están llenos de
algo que quizá no valoramos del todo, o nada, y ese algo está esperando a alguien
que lo encienda, que lo descubra. Que lo escuche, lo atienda y lo valore por lo
que es y no por lo que dicen que es o por la clasificación y la etiqueta ya
preestablecida.
Y es que el alumnado, y
todos, aprendemos si algo nos emociona, nos llega, nos motiva. Pero, sobre
todo, el alumnado espera que se le entienda y se le escuche. Es una persona, no
un número, un apellido o un nombre. Y podemos descubrir verdaderas habilidades escondidas
y valores ocultos detrás de esa máscara. Podemos descubrir verdaderos violines en
maderas aparentemente inservibles y totalmente arrinconadas. Sólo hay que estar
atento. Sólo hay que olvidar el programa y mirar a los ojos y a las emociones de quienes tenemos al lado en el aula. No
importa el número. Importa la actitud.
Este curso he descubierto,
de momento, tres casos muy significativos. Los cuento.
Alejandro, es un alumno
callado, atento, trabajador. En la actividad de evaluación inicial de “tú en
100 palabras” me sorprendió con confesiones sobre que él había notado que había
cambiado mucho de carácter desde que sus padres se separaron y durante estos
días me ha sorprendido con una habilidad maravillosa para el dibujo y para ser
autónomo en su aprendizaje.
José, es un chico retraído,
pequeño para su edad y que ha estado en refuerzo toda la secundaria (está en 3º
de ESO y no ha repetido) y que me ha sorprendido por su capacidad de iniciativa
y de inventiva. E incluso, trabajando en nuestra clase, sorprendió a otra
profesora que entró a ver lo que estábamos haciendo, por el dibujo que estaba
realizando para un cartel.
Ana, que está ahora en 3º
de ESO y repitió 2º, es una alumna que ha dado muchos problemas en el centro
porque necesita llamar la atención y es un poco especial. Para no ir más lejos,
el curso pasado intentó suicidarse. Y este curso, está trabajando muy bien, al
menos conmigo, hasta el punto de crear un rap (letra y base) sobre el acoso
escolar. Me consulta si las letras están bien, me cuenta sus historias, lo mal
que lo pasó y que ya ve las cosas de otra manera.
Son alumnos que no han sido
descubiertos en toda su potencialidad porque no se le da rienda suelta a su
creatividad, a su autonomía, a sus emociones. Alumnos a los que la Escuela convencional ignora con frecuencia haciéndoles fracasar porque no se saben no se qué cosas o no superan no se qué reválidas.
Pero, cuando se les escucha, se les entiende, se les aconseja y se les da autonomía y protagonismo, pueden dar todo lo que llevan dentro. Y es mucho.
Por eso, estoy muy
orgulloso de mi alumnado.
Y quiero cambiar esta Escuela sin emociones que lo empequeñece.
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