lunes, 23 de noviembre de 2015

Encender las emociones

“Educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente”
Lao Tsé

Ser maestro (o profesor, o docente, lo que ustedes deseen, aunque a mi me gusta maestro. Es más redondo y clarificador) es la profesión más importante y más bonita del mundo. Ser alumno puede ser la actividad más aburrida y la más desesperante.  Al menos 16 años sentado, atendiendo, escribiendo, haciendo actividades y aprendiendo contenidos a los que no se les ve sentido. Y siendo un número (o peor, siendo clasificado por unos números), un apellido o, como mucho, un nombre entre cientos o miles. Alumnos anónimos o marcados a fuego por algún incidente aislado señalado como definitivo o por una situación familiar que se viene encima sin poder evitarlo.
Porque en la Escuela y la Educación industrial que sigue existiendo en la actualidad no hay lugar para las emociones. Hay muchas excusas: ratio elevada, demasiadas horas de clase, poco tiempo para atender, el currículo, los libros de texto, las programaciones…Intentamos llenar vasos que creemos vacíos y no nos damos cuenta de que están llenos de algo que quizá no valoramos del todo, o nada, y ese algo está esperando a alguien que lo encienda, que lo descubra. Que lo escuche, lo atienda y lo valore por lo que es y no por lo que dicen que es o por la clasificación y la etiqueta ya preestablecida.
Y es que el alumnado, y todos, aprendemos si algo nos emociona, nos llega, nos motiva. Pero, sobre todo, el alumnado espera que se le entienda y se le escuche. Es una persona, no un número, un apellido o un nombre. Y podemos descubrir verdaderas habilidades escondidas y valores ocultos detrás de esa máscara. Podemos descubrir verdaderos violines en maderas aparentemente inservibles y totalmente arrinconadas. Sólo hay que estar atento. Sólo hay que olvidar el programa y mirar a los ojos y a las emociones de quienes tenemos al lado en el aula. No importa el número. Importa la actitud.
Este curso he descubierto, de momento, tres casos muy significativos. Los cuento.
Alejandro, es un alumno callado, atento, trabajador. En la actividad de evaluación inicial de “tú en 100 palabras” me sorprendió con confesiones sobre que él había notado que había cambiado mucho de carácter desde que sus padres se separaron y durante estos días me ha sorprendido con una habilidad maravillosa para el dibujo y para ser autónomo en su aprendizaje.


José, es un chico retraído, pequeño para su edad y que ha estado en refuerzo toda la secundaria (está en 3º de ESO y no ha repetido) y que me ha sorprendido por su capacidad de iniciativa y de inventiva. E incluso, trabajando en nuestra clase, sorprendió a otra profesora que entró a ver lo que estábamos haciendo, por el dibujo que estaba realizando para un cartel.


Ana, que está ahora en 3º de ESO y repitió 2º, es una alumna que ha dado muchos problemas en el centro porque necesita llamar la atención y es un poco especial. Para no ir más lejos, el curso pasado intentó suicidarse. Y este curso, está trabajando muy bien, al menos conmigo, hasta el punto de crear un rap (letra y base) sobre el acoso escolar. Me consulta si las letras están bien, me cuenta sus historias, lo mal que lo pasó y que ya ve las cosas de otra manera.


Son alumnos que no han sido descubiertos en toda su potencialidad porque no se le da rienda suelta a su creatividad, a su autonomía, a sus emociones.  Alumnos a los que la Escuela convencional ignora con frecuencia haciéndoles fracasar porque no se saben no se qué cosas o no superan no se qué reválidas.

Pero, cuando se les escucha, se les entiende, se les aconseja y se les da autonomía y protagonismo, pueden dar todo lo que llevan dentro. Y es mucho.


Por eso, estoy muy orgulloso de mi alumnado. 
Y quiero cambiar esta Escuela sin emociones que  lo empequeñece.


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